sábado, 4 de diciembre de 2010

Lectura

Hans, cuando estoy mucho tiempo en un mismo lugar noto que veo peor, como si empezara a quedarme ciego. Todo va pareciéndose, se vuelve borroso y dejo de maravillarme. En cambio cuando viajo todo me parece un misterio, incluso antes de llegar. Me gusta por ejemplo ir en las diligencias y observar a los desconocidos que viajan conmigo, me gusta inventar sus vidas, adivinar por qué se van o por qué llegan. Me pregunto si pasará algo que nos una por azar o si nunca volveremos a cruzarnos, que es lo más probable. Y como seguramente no volveremos a cruzarnos, pienso que esa intimidad es única, que podríamos seguir callados o confesarnos cualquier cosa, yo qué sé, mirando por ejemplo a una señora pienso: ahora mismo podría decirle la amo, podría decirle señora, sepa que usted me importa, y habría una posibilidad entre mil de que en vez de mirarme como a un demente ella me contestara gracias o me sonriera (¡ y una mierda!, dijo Reichardt, ¡lo que haría la señora es darte una bofetada, por calenturiento!), sí, claro, pero también podría preguntarme: ¿Lo dice usted en serio? o de pronto podría confesarme: hace viente años que nadie me lo decía ¿entiendes? Quiero decir que me emociona sospechar que es la única vez que veré a los pasajeros de esa diligencia. Y al verlos tan callados, tan serios, no puedo evitar pregutnarme en qué estarán pensando mientras me miran a mí, que sentirán, qué secretos tendrán, cuánto sufren, a quién aman, eso. Es igual que con los libros, los ves apilados en una librería y te gustaría abrirlos todos, saber al menos como suenan. Piensas que podrias estar perdiéndote algo importante, los ves y te intrigan, te tientan, te hablan de lo pequeña que es tu vida y lo inmensa que podría ser.
Hans. El viajero del siglo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario