domingo, 11 de octubre de 2009

N

En Marzo de 1973 me presente al Cantón de reclutamiento número diecisiete, tras una larga fila, la ceremonia de izar la bandera, el día colándose por las rendijas, dije que no quería hacer el servicio militar, ¿tiene alguna justificación?, más bien mi deseo ¿no es suficiente?, No, pero veamos… pase al médico. Camine por un pasillo largo, celeste hasta la puerta 202. El médico hace lo usual, conozco muchas postas… la central es mi favorita, ya he terminado ahí tres veces: por exceso de alcohol, por exceso de comida y por una caída en la plaza los denarios, mientras cortaba una Cala muy linda para la Mari, pero aquí el médico parece más de un corte severo, formal, señorito, duro. Allá eran más sueltos, desbordados, locos, algo así como hippies, aunque nunca he conocido uno. Perfecto, sus enfermedades son fruto de su estupidez, nada biológico, es decir, apto para el servicio sentenció el medico que a todo esto se llamaba Marcelo. Nunca olvidare ese nombre. Fue él quien me sentenció a la muerte, así como a muchos durante ese año. Pero nadie podría haber dicho como, ni cuando ni en qué momento, porque aunque muchos sabían lo que venia… siempre pensé que la muerte necesitaba una causa noble o grandiosa, enorme, ineludible, pero morir por lo que morí el día 13 de septiembre es una estupidez. Si Marcelo se hubiese enterado sabría que la estupidez es condición suficiente para no hacer el servicio militar, una razón lo bastantemente clara como para irnos despacito por las piedras y un pretexto oportunista para quienes desean desatar su violencia, su demonio invencible.

El 10 de septiembre Mari me había regalado una enorme sonrisa, puesta como una luz penetrante entre su nariz pequeña y respingada y su piel blanca. Su sonrisa parecía un giño, sobre todo al final cuando nos abrazamos y me dice solo contigo mientras se cuelga de mi cuello, grita nooooooo, cuando me abalanzo sobre ella y, pienso que si alguien me hubiese explicado las formas, por ejemplo el circulo con sus pechos, todo habría sido distinto. Las matemáticas encontraban su asidero allí, en el ombligo de Mari, las tangentes en las líneas que atraviesan los pechos de ella y las paralelas (según mi profesor se encuentran en el infinito). Me imagino que lo que me trato de decir debe ser como la espalda de Mari sinuosamente unida a su trasero que, desde donde la miro, parece la cara creciente de la Luna.

El 11 de septiembre es un día que me cuesta recordar… no lo entiendo, solo sé que Mari, era mi Quijote del comunismo, escucharla hablar sobre las razones del cambio social, político y económico, eran como escuchar el canto de un pájaro magnifico, cubrirse en la sombra proyectada de sus enormes alas. Tenía una fe estupenda en los seres humanos, habla con todos sin excepción, gozaba de los días soleados, de los días con lluvia y era una ternura ante lo pequeño… me pego el amor por lo pequeño, por los niños, por las hormigas, los chanchitos de tierra, por las flores; sobre todo por las Calas. Yo solo escuche la radio, pero no pude seguir la voz… Mari me reconstruyo las ideas, nos han fastidiado, desde hoy ya no habrá felicidad para nadie. Nos quedamos abrazados hundidos en el sillón. Nunca más reacciono, se volvió una estatua, una lapida, como si las cosas pasaran por sus ojos vivos y líquidos, sin poder entrar, rechazados por una barrera o por un vacío abismal que caía sin fin al sepulcro de su corazón. Menos mal que ese día termino. Aunque si hubiese querido salvar mi vida, hubiese tenido que detener el tiempo el día 10 o quedarme para siempre el 11 ahí sin entender nada, agónico.

La televisión comenzó a dar relatos, entrevistas, imágenes de calles, de la Moneda destruida, de los generales justificando, alabando, conjeturando, diciendo fue suicidio, hay toque de queda, a eso de las once de la mañana el día doce. Nos llego el rumor que buscaban a los militantes de los partidos del cáncer comunista… Chile es una de esos países en donde siempre el remedio es peor que la enfermedad, porque el remedio es a salvar o morir, fundamentalista, un maniqueísmo esquizofrénico.

Tocaron la puerta. Al final del día el dolor será insoportable, las manos atadas, los ojos temblorosos, la ridiculez de llamarlo desertor, bandido, filial del enemigo, el terror de ver caer a los que lo precedían, la penúltima duda y recuerdo de no saber cuando fue el fin, cuando empezó y por último pasa por su cabeza la imagen de Mari muerta de miedo mientras tocaban a la puerta, el golpe que la derriba, su madre atada, Mari no se opone, parece que ya no tiene voluntad… el soldado la abofetea- milico hijo de tu puta madre-, él se exaspera, tomo con fuerza al soldado, siente el culetazo en la cabeza y, la luz del sol al atardecer que cambiaba de color colándose por el polvo suspendido en el aire, desaparece. Marcelo lo reviso en la mañana del 13, de soslayo, acurrucado frente a él luego que fue separado del grupo H, sección dos, por el fuerte hematoma y el recuerdo de la cara de desafío, su fisonomía desordena y porque éste debería ser soldado; un pelado más. Lo atiende, lo cura maquinalmente, vuelve al grupo, pasan unos minutos y le traen informes secretos de hombres que murieron también en secreto y sin destino. Al ver el nombre decide firmar sin leer la pregunta, todo debe seguir como el procedimiento indica en el caso de los desertores. Acompaña al grupo al patio, mientras caminan sigue la sombra de los hombres, de los cuerpos desdibujados que se extienden y acortan bajo la luz del Sol. Decide caminar, alejarse. El patio no tiene ni un árbol, solo hay dos canchas de fútbol. El día le parece gris como si la luz tomara el tono del cemento, de las murallas carcomidas y sucias. Elige no mirar, no le gusta escuchar los disparos.

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