Debe ser una confusión. Una mezcla de películas, imágenes de novelas, fotografías y quizás un recuerdo vago. Es impreciso, pero al final de un pasillo rodeado de arbusto, de hojas impermeables, bañadas por una capa de suave liquido, y de otros más tupidos, quizás a diez o quince metros, lo bastante largo y extenso para la mirada de un niño, claro, porque en uno de los extremos la imagen es la de un niño: sandalias cafés con unos cierres dorados, duros, incómodos por la expresión de Mauricio al caminar, pantalones cortos, una camisa a cuadros azules, amarillos con un fondo flanco y sobre sus ojos la melena de su pelo dispuesto hacia la frente, como el He-Man que ve las tardes en el canal cinco. Y mientras camina hacia el otro extremo envuelto en una luz que lo acompaña, pero que desaparece del espacio circundante, que lo ilumina solo a él, como la luz de un reflector, pero menos invasiva, puesta como en hilos transparentes ¿Es un niño recuerdan? se encuentra un hombre viejo, sin forma, solo con un chupalla y al lado un caballo: ¿De verdad o mentira? Me confundo, Mauricio que ya ha llegado y se fija en los ojos de a crochet, no dice nada, se hunde, teme acercar su mano, algo le da confianza, un gesto, tal vez un guiño del hombre, tal vez la montura que tiene lo colores de Chile, si, porque ya sabe, que Chile es azul por el cielo, blanco por la nieve y rojo por la sangre, tal vez de Arturo Prat, pero eso lo tiene menos claro, porque no lo ve, tal vez el hecho de que siente que el caballo impasible, tiene vida, también la vida alrededor va apareciendo, como los objetos vuelven aparecer cuando amanece tiernamente, en la plaza : el vendedor de helados, otros niños con globos, remolinos, organilleros, gente jugando ajedrez, música, si, música, que baja por la plaza como las niñas que bailan tomándose con la punta de los dedos los bordes de sus vestidos, girando, meciéndose alegres. Algo llena el espacio de vida, es el soplo de un sueño, su abuelita siempre esperándolo con una servilleta para sacarle las manchas de helado. Todos son felices en esta plaza española, o que era española, y hoy es un recuerdo vago, que ya no existe.
domingo, 28 de noviembre de 2010
sábado, 27 de noviembre de 2010
Recordar nos hace felices
Hace tiempo hubiese sido futbolista, en parte lo fui, y hoy que no lo soy, me doy cuenta de todas las coincidencias que existían y que apuntaban hacia el futuro, que es hoy, y que no da huella alguna sobre el futuro del mañana. Primero fueron las calles: en 1997 el campo de entrenamiento se cruzaría con la casa de ella, pero 10 años más tarde... claro que unas cuantas cuadras más allá, pero caminar no me importaba, si después no nos movíamos del lugar. Cómo pasa el tiempo dice José mientras se arranca una pelusa del botón superior de su camisa a cuadros. El cuadernillo se encuentra apegado a su cuerpo. Y mucho, dice el comentarista y continúa: luego con la casa de estudios, ya digamos mejor universidad, y siempre, siempre, siempre ¿Es necesario que repita tanto? dice, mire que tengo que escribir textual y a mano, mientras juega con el lápiz sobre el cuadernillo ¿Colocó la repetición? Si, y no me interrumpa que me pierdo... siempre esperó que aparezca en el mismo lugar, algo así como la espera del gol que no fue, pero que uno se lo imagina siempre, de chilena, jajaja a lo Sandrino Castec contra Argentina en Mendoza ¿Lo recuerda? O de taquito y seamos francos, soñando que me paso, eludo a todo la defensa para clavarla en un costado mientras el arquero ni si quiera se quiere levantar para no ver el balón en la red. Más en una tarde como la de hoy, cuando los árboles se ven tan vivos y son una alegoría de esa espera excesiva, equivocada, angustiosa, pero extrañamente feliz, porque me recuerda lo que fue y lo que desde ahora en adelante debe ser. ¿Yo recuerdo que usted no hacia muchos goles? y moja su lápiz con la boca, tosen, no fume aquí por favor. Sigue: Sólo dos y uno no lo vi porque me sacaron con una fuerte patada, cerré los ojos por el dolor. Si, ella era como esa persona que no se reconoce en las multitudes, que se pierde entre los colores y que no sabes si te puede ver y menos oír, ni nadie más en el estadio sabe que la estás buscando, pero apenas haces el gol la quieres ver ahí, impaciente... ¿Sabe de dónde viene la palabra gol?, se pregunta a sí mismo mientras el reportero ni si quiera levanta los ojos al escucharlo, concentrado en escribir, ni idea, debe ser una metáfora, algo así como el sonido que hacen los lobos después de copular... No, mejor déjeme pensar, no ponga eso. Salen los equipos a la cancha. El aliento de la hinchada envuelve el borrón que esta haciendo el reportero en el cuadernillo. El segundo tiempo va a comenzar. Toman asiento en la caseta deportiva. Se escucha el pitazo inicial.
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